*Mini crónica de tres Romanzas*
El
tocadiscos comenzó a girar y Eusebio despertó de su sueño primero que Florestán. En la habitación, la primera Romanza para oboe y piano de Schumann llenaba el espacio y Eusebio se
identificaba con la melodía dulce, apacible e introvertida. Mientras tanto,
Florestán comenzaba a inquietarse aún dormido y hacia el compás 25 de la segunda
pieza despertó de un solo golpe. Agitada, desesperada, insolente, la Romanza
representaba ahora su carácter. Prestó atención a cada frase musical y se
sintió lleno de fuerza, decisión y valentía. Entretanto, Eusebio había perdido
la atención. La segunda Romanza que cautivaba a su amigo no era más que un
derroche de energía y de ira contenida que en algunos episodios retornaba a una
calma ficticia. Eusebio reconocía esa pasividad incompleta que siempre
terminaba con un nuevo arrebato de pasión y que bien se parecía al estado de
ánimo de Florestán. La tercera Romanza
comenzó a sonar y, esta vez, tanto el uno como el otro, se sintieron
cautivados. La música saltaba de pasajes de entera calma a episodios llenos de
tensión y fuerza que mezclaban las personalidades de los dos e intercambiaban
sus emociones.
En
diciembre de 1849 Robert Schumann se sentó en el piano y escribió las Romanzas
para oboe Op. 94. Dos voces opuestas en constante conflicto, dos ángeles
incompatibles reunidos en su mente lo inspiraron para componer tres piezas contrastantes como regalo de navidad para Clara,
su esposa. Su mente alucinaba con ángeles violentos y sonidos ensordecedores
que lo enloquecían y lo ponían en conflicto consigo mismo. Era el mismo proceso
que lo había acompañado durante toda su vida compositiva: la lucha contra las
dos personalidades que confluían equilibradamente en su música, pero que cada
vez más lo desahuciaban y lo llevaban a la locura.
Con
las Romanzas su trastorno de bipolaridad estaba en el momento de mayor
exacerbación. Sus dos ángeles, Eusebio y Florestán, dos anagramas y
combinaciones de nombres bíblicos con los que había bautizado a su mente
bipolar, lo representaban en su música y en sus textos de crítica musical. Reemplazó
su nombre por el de ellos según correspondiera el carácter del texto: Eusebio
para la pasividad y la dulzura, y Florestán para la ira o la fuerza. Schumann
murió en 1856 internado en un asilo tras intentar suicidarse en el río Rin
confrontado por sus voces.
El disco fue girando cada vez más lento hasta que se detuvo. Eusebio
y Florestán volvieron a su sueño, ese silencio perpetuo en el que no existen y
se esfuman por completo del mundo. Ese sueño largo que espera ser interrumpido
por un tocadiscos en movimiento o por un intérprete en la sala de conciertos
que haga sonar las obras de Schumann y despierte con ellas los dos ángeles
contrariados, responsables a la vez de su locura y de su genialidad.
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