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El rap de la victoria




Desde el barrio Santa Rosa de Lima, Diana veía la ciudad entera. No había construcciones que obstruyeran la vista porque las lomas del caserío eran más altas que cualquier torre. Contemplar Bogotá desde las alturas era uno de sus juegos favoritos. Creció corriendo en las calles del barrio centro-oriental en la localidad de Santafé mientras su madre trabajaba de aseadora, su tío de ayudante de obra y mientras su abuela le enseñaba que sobre el cuerpo de las mujeres no manda nadie. A sus 10 años, observando las calles, Diana había aprendido las lecciones más importantes sobre el país en el que vive: hay muchos pobres y nadie los quiere; hay desigualdad y quienes luchan por sus derechos son tildados de guerrilleros o comunistas; hay hombres que llegan al barrio vestidos de civil y matan a los jóvenes por ser pobres, ladrones, mendigos o drogadictos. Allí, en medio de ese contexto de riñas, muertes, escasez y abandono estatal, surgió Diana Avella, la rapera más importante de Colombia.

Cuando observar dejó de ser divertido, Diana empezó a buscar un nuevo juego favorito. Comenzando la década de 1990 el barrio ya no era un lugar seguro para correr, ni tenía una vista bonita. Era un sitio peligroso donde cada domingo, ella y su primo Johann veían los carros de la Fiscalía levantando cadáveres producto de la limpieza social. Taparse los ojos no era una opción. Podía escuchar el silbido de las balas que cruzaban fuera de su casa de bahareque y se estampaban por siempre en el asfalto o, con menos suerte, en el cuerpo de un vecino. Cerca, en el barrio Las Cruces y en Los Laches, la historia era la misma. La postura crítica en ambos niños se desarrolló rápido. Se hacían constantes preguntas sobre por qué había violencia en su barrio, sobre por qué a su abuela no la atendían en los hospitales ni le brindaban medicamentos, sobre por qué la dejaron morir.

En busca de respuestas y de un nuevo juego, Diana y Johann encontraron la radio y la música. Ya sabían observar y entender, ahora aprenderían a escuchar. En 1995 Johann consiguió el casete de La Etnnia, el primer grupo de Hip Hop colombiano del barrio Las Cruces. En las letras del álbum El ataque del metano, los dos primos descubrieron sus mismas historias. Escuchaban el disco una y otra vez y se aprendían todas las letras, incluida la introducción recitada que presentaba tanto el disco, como la banda y los objetivos de sus letras:

“Representando la pobreza, la calle y todas sus manifestaciones y formas de vida, inimaginables para muchos, dolorosa y cruel para otros. La supervivencia donde la necesidad existe, transforma y rompe muchos de los valores establecidos. Una verdad oculta de lo que está reprimido. Prepárense porque lo que viene es fuerte: La Etnnia y su más fuerte y contundente ataque. Éste es el ataque del metano”.

La segunda pista comenzaba a sonar. Mientras Diana y su primo hacían las tareas del colegio, escuchaban la letra que parecía, más que una canción, una noticia sobre su barrio.

Caminábamos todos en nuestro ambiente: la noche
Ya riñaban, se veía muy poca gente, 
Rugió la sirena, ¡contra la pared! 
Hijueputas, no se muevan que cayeron en la recta 
Cállate, cabrón. Más tarde nos subieron, 
¡Identificación!, La huella nos exigieron, 
Me hablaba el perro con tono tosco 
Mariconcito, yo a ti te conozco.

Estilo imponente nos iba atacando,
Me decía, hijueputas, yo los he visto robando 

Mi orgullo se veía muy ofendido al ver 
Cómo este me tenía muy herido, 
Dijimos: –somos humanos y tenemos nuestros derechos. 
–Ustedes son tan solo unos pobres desechos, 
Íbamos caminando ya para la estación 
Que si siguen mariquiando les vamos a dar la lección. 

Esta es nuestra letra, puta madre marginal 
A esto se le llama la limpieza social 
PASAPORTE, SELLO MORGUE 

–Era como si yo estuviera viendo una película escuchada de lo que era mi barrio. Todo lo que decían tenía que ver con lo que se veía en el barrio en el que yo nací. Entonces esa similitud de la narrativa de ellos con mi historia de vida y mi contexto fue lo que me llevó a identificarme. –Dice Diana con su voz dulce y la mirada fija en mis ojos. Toma un sorbo de su jugo de fresa y continúa–  Es por eso que yo me acerco al hip hop, por la identificación.

En Colombia, a partir de la década de 1970, un tipo de violencia y de asesinato selectivo se reprodujo rápidamente. María Catalina Rocha, investigadora de la denominada limpieza social, habla sobre esa modalidad de violencia que se empezó a dar en los sectores marginales y que, a diferencia de otros tipos de asesinatos selectivos, no tenía que ver ya con las diferencias de pensamiento, etnia, raza o religión, sino con una serie de imaginarios que se empezaron a construir sobre las características de esos “seres que se mueven por fuera del sistema o que definitivamente están por fuera de este”. Prostitutas, habitantes de calle, trabajadores informales, drogadictos, jóvenes de barrios pobres fueron las principales víctimas, especialmente entre 1988 y 1996. De acuerdo con el periódico El Tiempo, en 1993 murieron 20 personas cada día, y una de las principales causas fue la limpieza social. Las localidades de Santafé, Mártires y San Cristóbal fueron las más afectadas y las que contaban con mayor número de pandillas armadas.

Entre las tareas del colegio, los interrogantes acerca de la situación de su familia y su contexto, las lecciones marxistas de su tío y el rap de La Etnnia, Diana fue encontrando un camino para responder sus inquietudes y para divertirse mientras lo hacía. Comenzó a vestirse con los pantalones anchos que su primo le regalaba cuando ya estaban viejos, y se enamoró de las letras del rap y de los libros. En las repisas de la casa, su tío guardaba el tesoro del cual se apoderaría Diana; aquel que la llevaría a definir su futuro, a cumplir sus sueños y a cambiar su historia. La metamorfosis, de Kafka; Crimen y castigo, de Dostoyevski; Historia y conciencia de clase, de Lukács, fueron los libros que leyó en su adolescencia y de los cuales aprendió sobre la lucha de clases, la condición humana y la historia. Entendió que las clases oprimidas casi siempre siguen siendo oprimidas y que para cambiar ese rumbo era necesario educarse, contar la historia, luchar por cambiarla y lograr que la mayor cantidad de personas posibles la escucharan y se unieran a la causa.

Mientras en su casa los $2.000 pesos eran el sustento de sus días y el entorno era cada vez más peligroso, Diana encontraba en la academia un escape y un refugio para entretenerse. Estudió en colegio público de monjas y en vez de responder todas sus dudas en la fe cristiana que profesaba su familia, decidió leer y empezó a escribir y a cantar.

–El origen de todo esto fue la lectura, contradiciendo mi origen popular, porque no se ve mucho en estos barrios que los niños sean muy apegados a la lectura. –Cuenta Diana con una sonrisa que le ilumina la mirada. Sus ojos están enmarcados por una línea de tinta negra que se extiende por todo su párpado y termina en una colita delgada y fina que apunta hacia sus cejas. Tiene una mirada imponente y dura, pero su voz suaviza la fuerza de su presencia y a pesar de que es su arma más poderosa, da muestras del amor, la nobleza y la esperanza que deposita en la sociedad.

Entre los dogmas impartidos por las monjas del colegio y la realidad a la que se enfrentaba en las calles, Diana encontró incoherencias y vacíos. Decidió escribir sus primeros versos. Un discurso, un debate consigo misma que, como poema y denuncia a la vez, relataba con fuerza y belleza la vida de dos mujeres, que es la vida de cientos de ellas. Mujer virtuosa, tituló Diana en una hoja a los 14 años y sentenció no solo la historia de sus protagonistas sino su propio destino: rimar toda la vida para vivir dignamente, para luchar por otros, para darle voz a las mujeres, para contar la historia de su barrio y de su familia, para que no se repita.

–Una de las primeras canciones que hice se llamaba Mujer virtuosa y hablaba sobre lo que entendía la Iglesia por una mujer virtuosa y lo que en la vida real era una mujer virtuosa. Entonces yo ponía el ejemplo de una mujer trabajadora sexual que trabajaba desde su cuerpo para poder mantener a sus hijos, y ponía el ejemplo de una chica estudiante de un colegio religioso que malgastaba su dinero en vicio. Y decía, ¿cuál de las dos es una mujer virtuosa? Entonces eso fue como un debate.

La mujer vista desde un punto degradante
Pues se exhibe en venta a los comerciantes
¿Acaso algún precio hombre puede pagarte?
Por gestar en tu vientre la vida en un instante
Que publiquen el sueldo requerido por la madre
Que acaricia a su hijo en noches angustiantes

Adquieran pues la prensa y observen los valores
Si en la bolsa aparecen estadísticas e informes
De cuánto está costando el dolor de nacer pobre
Y un kilo de angustia cuando el padre no responde

Sigue, camina por el mundo sin conciencia
No mide consecuencia
Mujer, solo piensa en alimentar su hijo
El resto nada le interesa
La vida es dura, pero sigue en resistencia

Sus palabras, pulidas y acertadas, eran fruto del estudio, de los libros y de la experiencia. Al mirar alrededor veía las niñas que cambiaban muñecos por bebés, las mujeres que vendían su cuerpo para subsistir, los ladrillos fracturados de donde se obtenía el polvo para el bazuco. Esos versos también eran reflejo de una educación y unos valores cristianos que siempre han imperado en su familia y que ella conserva como suyos, aún cuando entiende que muchas veces no representan la realidad. Eran a su vez, la búsqueda y el camino a la perfección de las rimas porque Diana, a los 14 años, ya tenía un sueño fijado: ser la mejor rapera del país.

En su familia solo una tía había terminado el bachillerato y le sobraban las evidencias para entender que no tendría cómo escalar hasta donde ella quería sin educarse lo que más pudiera. En 2001, a los 16 años, se graduó de bachiller. Con el Hip Hop como meta, decidió estudiar licenciatura en Lengua Castellana y así poder ser impecable y contundente con su rap. Después de presentar varios exámenes de admisión, entró a la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

Sin dinero en sus bolsillos, Diana caminaba de ida y vuelta a la universidad. La escasez se convirtió en hambre cuando en la casa el dinero solo alcanzaba para el desayuno. La escuela pública fue el lugar donde encontró personas como ella, pensamientos afines y maestros que también luchaban por sus mismos ideales. En su barrio ya no encontraba la alegría de la infancia. Su abuela ya no estaba, pero Diana aprendió de ella lo que significa ser mujer y luchadora. Por eso, en la espalda lleva tatuado su nombre, que a la vez es el veredicto de su futuro: Victoria. Más arriba, en la nuca, tres letras gruesas en tinta indeleble marcan su piel desde los 17 años. RAP, dice escrito en forma vertical, como si se tratara de una columna que conecta su cuerpo con su cabeza; sus sentidos con su mente; la voz con el lenguaje.

En el 2003 escribió otra canción sobre la situación económica de su familia, de su barrio, de todo lo que la rodeaba. Esclavos en silencio. Ya no era La Etnnia la que contaba las historias de su contexto. Ahora era ella quien creaba su propia banda sonora, esa de cientos de miles de bogotanos que habitan los barrios de invasión, que viven al día, que se enfrentan a la muerte todos los días, que luchan por vivir dentro de un sistema que no está hecho para ellos, o que funciona gracias a ellos. Fue ella quien se encargó de nombrar sus canciones como titulares de prensa, de cantar los versos como denuncias, de abarcar la historia de su sector como si se tratara de una investigación. De construir memoria, a fin de cuentas. De darse voz entre un movimiento musical donde los hombres son los que hablan. Ella tiene un poder que cualquiera puede tener, pero que pocos utilizan: su propia voz para contar la historia. Bien lo dice Diana en su canción Real Hip Hop, “mi única riqueza es mi experiencia”.

Son vivencias de calle, de guerra diaria, son vivencias de calle, de calle.

Al declinar el día después de largas jornadas
de explotación continua inicia la inmigración en fila

Las 6:00 p.m., los buses atestados de hombres
que ya no le temen a la monotonía.
Perdieron el alma libre cuando la familia les exigía:
dinero, comida, arriendo, servicios

La única salida fue arrodillarse ante el señor burgués,
venderle el alma por monedas que no le alcanzan
Para saciar el hambre y secar las lágrimas
de una madre soltera no es suficiente esa miseria
Para calmar el hambre de sus hijos
Y hoy le toca verlos metidos en el vicio
Robando para hacer menor su suplicio

Lo que más me entristece es
Que seré una ficha más de este juego,
Hoy el niño es obrero
La niña sus muñecas reemplaza por hijos de carne y hueso
Se verá en mis ojos también el reflejo

De haber perdido tanto,
Por unos cuantos pesos,
Pero me niego
Y sigo luchando contra el sistema, resistencia,
Es la única palabra que reina en mi esfera

Elevar mis ideas, dar un poco de espera
En Hip Hop eliminar la miseria.

El hip hop, ese movimiento musical nacido en el Bronx en Nueva York, tiene sus raíces en la marginalidad social y la segregación racial de los afroamericanos en una ciudad hecha para blancos. Es un ritmo que apareció en los block parties, las fiestas callejeras de latinos y afroamericanos del Bronx. Como menciona McBride en su texto Planeta Hip Hop, el rap es un legado de los griot africanos, aquellos juglares de la historia, que con palabras y cantos contaban los dolores de la esclavitud o festejaban los ritos y las ceremonias con cantos improvisados. Ellos eran quienes conocían los idiomas, eran los maestros del lenguaje, los sabios de la historia.

Diana Avella, con su pasión por las letras, la música, la historia y la resistencia, se ha configurado como una griot bogotana. Le canta a Jorge Eliécer Gaitán en su canción A la carga; se inspiró en la trilogía histórica de William Ospina (Ursúa, El país de la canela y La serpiente sin ojos) para contar la historia de la periferia global en su canción La tierra del sur. Es ella quien cada día reivindica la historia de las mujeres, la historia de los barrios marginales, de sus dos hogares: Santa Rosa de Lima y Suba, que ahora la acoge junto a su hijo. Ella conoce el lenguaje a la perfección; estudia las rimas y los versos; ella sabe de memoria la historia de su pueblo. Ella es un griot de nuestra era.

–A mí me gusta contar las historias que a otra gente le da pena contar. El rap tiende a ser muy volcado a sí mismo, hacia lo que uno piensa, hacia lo que uno siente, porque de todas maneras se convirtió en un vehículo para narrar la historia de vida y sacar como toda esa rabia o todo ese rencor que uno tenía por la vida que le tocó. –Dice Diana con seguridad mientras prueba el primer bocado del plato que pedimos en el restaurante La Romana, en el centro de Bogotá. Cannelonis a la napolitana, porque la bechamel le cae pesado. El sol de la tarde se cuela por las ventanas y revela las pecas en su rostro. Ya no viste de pantalones anchos. Lleva un jean, una camiseta azul de animal print y unos tenis Adidas color negro. Su pelo, castaño y ondulado, lo lleva agarrado en una media cola y deja al descubierto dos candongas enormes, que son el accesorio favorito de las mujeres hip hoppers.

Las mujeres marcaron su vida, pues fueron su madre, su abuela y sus tías quienes la criaron. Solo dos figuras masculinas importantes estuvieron presentes en su infancia: el tío de los libros y las lecciones sobre lucha de clases, y su primo Johann, el cómplice de juegos, rimas, grafitis y skate. De su padre, quien decidió no responder por ella, solo le quedan dos cosas: una muñeca patinadora tamaño real que le regaló cuando aún era muy niña y su apellido, que como dice Diana, ha sido puesto en alto con su esfuerzo y los logros conseguidos a través de los versos que rapea.

–Particularmente me interesa narrar las cosas que las mujeres callamos. Entonces creo que ha sido un buen camino y siento también que en el hip hop hay tantas voces de hombres y tan pocas de mujeres que qué bueno utilizar mi voz de mujer y mi ser, que habita mi cuerpo, mi existencia, mi experiencia de vida, para narrar esas cosas que nosotras sentimos. Ese es como el fin. 

Con sus primeras canciones, Diana captó la atención de la agrupación Mediadores, quienes la recibieron como parte de su grupo, no sin antes discutir sobre el lugar de la mujer en el hip hop, que comúnmente era el de corista. Allí se dio a conocer y pudo grabar algunas de sus canciones. Luego, creó Por razones de Estado, un dueto femenino en colaboración con Lucía Vargas, con quien grabó, entre muchas otras, su canción Mujer virtuosa.

Entre rap, grafitis y clases de lingüística, la carrera de Diana fue surgiendo. Fue dándose a conocer en distintos escenarios (desde iglesias hasta estudios de grabación). Algunos la apoyaron, otros la insultaron, a algunos hombres les pareció atractivo.

–Cada reto que he asumido en la vida ha traído opiniones porque la gente siempre opinará y más cuando uno es figura pública. He tenido que pasar por todas las críticas, por todos los comentarios, por todas las persecuciones. Yo he sentido la misoginia en carne propia de parte de artistas que no lograron nada en su carrera y cuando vieron que yo lo estaba logrando le atribuyeron mi éxito a la rosca, a quién sabe qué. Entonces me parecen opiniones muy miserables y muy mediocres, pero sin embargo yo las afronté y seguí adelante. Pero ya ahora a mí en mi cara nadie se atreve a decirme nada porque han sido muchos años de soportar insultos, amenazas, palabras negativas hacia mi música, mil cosas.

A los 20 años, Diana tuvo a su hijo, Juan Diego. El padre, al igual que el de Diana, decidió no responder por su hijo. La lucha por superar las necesidades se hizo cada vez más fuerte. Sin embargo, y con la experiencia de criar y dar amor, su conciencia y su esperanza en la sociedad creció. Decidió que la lucha de género no pueden darla solo las mujeres, sino que debe haber una unión de amor y respeto con los hombres para que clamen por la igualdad; para que sus actos, sus palabras y su quehacer diario cambien la historia de violencia, discriminación y desigualdad entre los géneros.    

La madre de Diana ha sido su cómplice en el camino que emprendió. La apoyó desde el inicio y la acompañó a las primeras versiones del Festival Rap al Parque (hoy Hip Hop al Parque), que empezó en 1996, cuando Diana tenía apenas 10 años.

–Empecé haciendo la fila como público para el Festival y mira donde terminé –sonríe con una emoción que contagia y con un orgullo de sí misma digno de admirar.

Diana es hoy una mujer de 31 años, madre soltera de un hijo de 9, actual curadora de Hip Hop al Parque, rapera colombiana de talla internacional, licenciada en Lengua Castellana de la Universidad Distrital y postulada a tesis laureada. Es sencilla, juiciosa, sensible, contundente y luchadora. Sus versos son fuertes, son directos y como dice ella, “a punta de rap todo lo he logrado”. Trabajó con el Instituto Distrital de las Artes como directora del escenario móvil con el cual llevó música a todas las localidades de la capital; ha hecho teatro, es artista formadora de niños y de raperos, fue presentadora de Hip Hop al Parque 2016, tiene más de 17 años de experiencia en el movimiento musical, ha grabado tres discos y 35 canciones, ha girado por Alemania y Líbano. Es feminista, es madre y hasta el momento su sueño más grande se ha cumplido. Su mayor deseo en el momento es tener su propia casa para darle a su hijo, Juan Diego, todo lo que ella no tuvo. Tiene otro sueño, uno mayor, que me prometió no contar para que se cumpla. Y se cumplirá, lo sabe ella, y lo sabremos todos en esta ciudad cuando llegue el momento.

Diana cree que la música es sinónimo de paz. Más allá de paz, es creadora de vida. En su canción Real Hip Hop dice que su rap “es para los que creen que la música es, ha sido y será resistencia. Mis canciones son mi mente, mi vida, mis sueños, todo lo que me rodea. Real hip hop pa’ mi pueblo. Luchar hasta vencer”.

–La música y el arte le entrega a uno una vida, una proyección, una ocupación. Les da proyección y horizonte a quienes nacieron para ser unos miserables, pobres y oprimidos más por el sistema y le dio la vuelta a la torta. Y dijo: ah, señor sistema, ¿usted quiere estos miserables?, tenga estos artistas. –Dice Diana con fuerza y convencimiento de cada palabra.

–Eso es lo que ha hecho el arte. Por eso yo sí creo que el arte en esta transición que estamos viviendo en el país puede ayudar a dialogar mucho y puede ser una alternativa, no solamente en lo utópico y en lo sentimental, sino en lo real y en lo económico, inclusive. Y de eso soy testigo, eso es lo que yo he vivido. O sea, una mujer situada en un barrio popular, hija de una familia humilde ¿por qué tiene que terminar en Alemania en un concierto?, o en México, o ¿por qué tiene que terminar dictando una conferencia en la Universidad Humboldt?, ¿por qué?  porque el arte llegó a la vida de esa persona. Es como si tuviéramos la respuesta a la evaluación anotada en el borde de página, pero nos diera pereza mirar al final de la hoja. Y siento que eso es algo de lo que carece este proceso, de meterle más pensamiento a la cultura como posibilidad.

La violencia que cobija a Bogotá no es la misma con la que creció Diana. Las calles de los barrios marginales aún se manchan de sangre y se legitima la muerte como una forma de limpieza. Sin embargo, hay una violencia mucho más poderosa, una que convive silenciosa en todas las ciudades y que funciona muy bien porque no necesita de balas que perforen los cuerpos, solo requiere de leyes y funcionarios que omitan al pueblo.

–Son violencias más estructurales que violencias del crimen armado. Por las estructuras sociales creadas por estos sistemas de acumulación de capital y la lucha de clases porque si a todo nivel la educación fuera de la misma calidad y gratuita, de pronto las brechas serían distintas. Estoy escribiendo una canción sobre eso justamente. Sobre para lo que estamos destinados y cómo nos revelamos frente a eso de diferentes formas. A través de la educación, así sea desde la religión. Para haber sido pensados desde la pobreza y la exclusión y convertirnos en seres que miran en positivo. –Se recoge el pelo y se pone la chaqueta. Agradece a la mesera por su servicio y se levanta de la mesa.

Salimos del restaurante. Diana recorre el centro de Bogotá como quien camina por su casa. Sabe moverse entre las calles y los callejones, sabe encontrar los almacenes para todo lo que busca; conoce todas las rutas de los buses que la trasladan hasta el otro lado de la ciudad, al noroccidente, donde la espera su hijo. Come poco, desde siempre. No toma alcohol y más bien se empeña en estudiar, componer y sacar adelante proyectos que combinan sus dos pasiones y que ayudan a las poblaciones más rezagadas.

La lucha de Diana no se da solamente desde las letras que compone, sino desde su papel como productora y gestora cultural. La responsabilidad que está en sus manos al celebrar el aniversario número 21 de Hip Hop al Parque bajo su dirección, consiste en romper los estereotipos que hay sobre el movimiento de raperos, Djs, grafiteros y bailarines de break dance y avanzar en la convivencia sana de los asistentes. Como Diana es una mujer de preguntas, siempre la ha confrontado el hecho de que los raperos luchan por la igualdad, por los derechos, por una mejor sociedad, pero muchos son violentos, groseros y machistas.

–A eso es a lo que le he dedicado toda mi vida a pensar: por qué si esto es positivo nos volcamos hacia lo negativo. Pero ahora, ya la situación está y yo lo que creo es que son dos cosas: que el movimiento también le permitió a unas voces llenas de un discurso negativo, de vicio, de drogas, de violencia, llegar hasta el Festival y darle como ese discurso a la gente. Y que los grupos buenos, con voz y famosos tampoco se han puesto en la tarea de hablar de cosas positivas y decir: parce, desde ahí no es, así no es la vuelta. –Niega con la cabeza y baja la mirada como quien se lamenta de la situación de su causa.

–Yo lo único que tengo son dos cosas: un amor loco por el rap, tanto que me lo tatué en la espalda, y lo otro es que tengo mi experiencia como mamá. entonces de pronto esa experiencia de crianza con mi hijo le da a uno unos tipsitos de cómo lidiar con los chinos cuando se comportan mal. Que no es cogerlos a fuete porque luego se llenan más de rabia y vuelven y hacen lo mismo pero el doble, sino que de pronto sí buscar otras alternativas, tampoco victimizándolos porque es que víctimas no son, pero sí de pronto aportándoles más herramientas desde la curaduría, exigiéndoles a los mismos artistas una postura. Siento que de pronto por ahí eso ha dado resultados en cosas que he hecho, ya no a nivel de artista, sino a nivel de productora.


Cuando el cielo bogotano pasa de gris a negro, Diana le pone color a la noche. Sus labios se tiñen de rojo, sus Adidas rosados se alistan para sacudir el escenario. Los aretes largos, el pelo ondeante, dos trenzas al lado y su figura voluptuosa se alinean en la tarima. El público repleta el auditorio. Mujeres y hombres con gorras grandes de visera plana empuñan sus manos hacia el cielo y gritan y aplauden recibiendo a la juglar de las lomas bogotanas. Sale, imponente, y se camufla entre las luces. El público es suyo, la tarima es su hogar. Agarra el micrófono entre sus manos y recita un discurso que muy pocos han comprendido en este país:

“Las mujeres somos libres de decidir sobre el primer territorio que debemos liberar, que es nuestro cuerpo. Así que para todas aquellas que nacieron mujeres, pero también para ustedes, hombres, necesitamos su apoyo para continuar en esta lucha por la reivindicación de nuestros derechos. Así que gracias por estar aquí. Esto se llama Nací mujer”.

Pero mujer nací en un mundo pa’ machos, de huevas, de pantalones, de golpes, de maltrato.
De infidelidades, de irresponsabilidades, de guerras, de multinacionales
Pero mujer nací en un mundo de varones, donde a cada uno siete esclavas le corresponden
La propiedad del alma sin respeto de nada, pero mujer nací para estar callada.

Mujer nací según el mundo para asearlo, para saber cocinar y los hijos criarlos
La labor doméstica y los ojos cerrados, limitada la vista al perímetro privado.
Característica el silencio, la sensibilidad, el llanto como solución, amor incondicional.
A todo en cuanto hiera, jamás refutar, aguante máximo porque mujer nació para aguantar

Buscar la voluptuosidad, asegurar la venta, el éxito es un marido que mantenga y la libertad se entenderá
Como poder trabajar haciendo de modelo, presentadora de farándula y nada más.

Que saber callarse porque según muchos el chisme es lo mejor que ellas saben
Pero mujer nací, aprendí a resistir, el RAP es mi argumento, tengo algo por decir
Vamos, que nada nos detenga, la lucha continúa, la victoria espera.
Vamos, que mujer representa la vida, el argumento, el amor y la fuerza.

Mujer nace cuando sabe qué es lo que en el mundo hace
Mujer nace cuando ama la lucha incansable
Cuando se aferra al pensamiento, cuando estudia la injusticia para encontrar lo correcto
En el momento en que separa la belleza del cuerpo, encontrando en su interior la estética de lo perfecto.

Dignidad, con tanta dignidad, pues somos todas las muertes violentas,
Pues somos todo el dolor que alimenta la movilización desde la periferia

Pues mujer nací en un mundo pa machos, para contradecirlos y también admirarlos
Para cuestionarlos y con amor mejorarlos
Para unir mis manos a sus manos y perdonarlos
Por la ignorancia de la que sufren y sufrirán durante años

Por irrespetar a las dueñas de la Tierra
Al hogar de la vida, a la magia eterna
El poder dar vida, el poder ser ellas
Mujer nací, orgullosa de este cuerpo y de mis ideas.

El público grita eufórico. La voz contundente de Diana no se parece al tono dulce con el que habla. Es fuerte, es potente e intensa. Convoca, une y hace vibrar los cuerpos. Las mujeres comentan entre ellas: “esa vieja es una tesa”, “me encanta Diana Avella”, los hombres la aplauden, los presentadores la aclaman. Toma un sorbo de agua y vuelve a escucharse su voz. “¿Cuántas callejeras hay aquí esta noche? Las callejeras nos estamos tomando el mundo”. A su lado, dos bailarinas de break dance acompañan su presentación moviendo sus manos al ritmo de las pistas, dando vueltas sobre sus manos y giros rápidos sobre los pies. Todos la graban con sus celulares. Diana canta un homenaje a las mujeres grafiteras.

Los asistentes conviven pacíficos en el lugar. Huele a marihuana, pocos beben alcohol. La mayoría son parejas que se abrazan mientras bailan meciéndose de lado a lado. Las mujeres, casi todas entre 18 y 25 años, mueven sus caderas como si bailaran reggae. Son felices. El bar, en la Zona Rosa de Bogotá, está repleto de gente de todos los estratos sociales, de todas las localidades de Bogotá. Arriba, desde el escenario, los presentadores saludan al público de Usme y de San Cristóbal. La gente grita fuerte y las manos se balancean de arriba a abajo en un gesto uniforme y coordinado. Pagaron $65.000 por la entrada al concierto. Los artistas principales son Diana Avella y Movimiento Original, de Chile.

Diana retoma el control de los espectadores y vuelve a hablar antes de cantar su más cruda denuncia: “No nos olvidemos de que hay unas deudas pendientes. Que en este país tenemos hoy que celebrar que la guerrilla dejó sus armas, y eso es algo histórico. Que hay que tomarnos una polita por toda esa gente que está bajando de las montañas a hacer ciudad, a hacer cultura, a hacer arte, a hacer país. Así que esa pola va por ellos esta noche. Esto se llama Hay una deuda pendiente”.

Hay una deuda pendiente con toda nuestra gente
Que tendrán que pagar ustedes, presidentes.
Fascistas, asesinos,
Conozco sus pecados
La indolencia también se cuenta
Como un crimen de Estado

No alcanzaría la vida para que captaran las retinas
Tantas películas sin director y sin cinta
Habría que ver, preguntarse también
Cómo es que cual obra de terror se ven
Tantas masacres a sangre fría en la TV
Aunque yo siento más miedo de lo que no puedo ver
De lo que niego con temor y aún no puedo creer
Porque me causa dolor ver a otros sufrir también

Prefiero seguir buscando algunas fórmulas exactas
De entendimiento y calma entre líneas y mi esperanza
Que en mi alma se encuentren razones de peso
Palabras, imágenes, sentimientos, pero también arte que salva.

Hay una deuda pendiente con toda nuestra gente
Que tendrán que pagar ustedes, presidentes.
Fascistas, asesinos,
Conozco sus pecados
La indolencia también se cuenta
Como un crimen de Estado

Son ataques a pueblos con biológicas armas
Si Irak guarda fe es porque el diablo les habla
Vestido de presidente de la misma manera que lo hizo
Con Nicaragua, México y tierra colombiana

Muertos mutilados, cegados
los ojos de niños inocentes fueron cerrados
Aunque ellos, los Estados, prometieron no atacar
Refugios de mujeres y sus hijos
Llovieron bombas de uranio
Penetraron la piel de esas nuevas vidas
Y la oportunidad de conocer el mundo
Y transformarlo

Hay deudas pendientes en Colombia, en el mundo y en Suramérica.

Las paredes del auditorio comienzan a sudar y en el recinto se siente la escasez de aire. Diana se mueve con propiedad de lado a lado de la tarima. Toma un sorbo de agua y les dice a sus asistentes con un tono jocoso y a la vez de autoridad:

–Yo ya soy una cucha del hip hop, cuando muchos de ustedes estaban naciendo, yo ya estaba rapeando. –Ríe en coro con el público y empuña su mano hacia el cielo.

Se despide con las manos en el aire, agradece la invitación y sale dejando oscuro el escenario. El presentador retoma el control del espectáculo y los Djs se encargan de hacer sonar sus tornamesas. Diana baja sonriente y transformada. Su fuerza está en la tarima; su nobleza, en la sonrisa. Me encuentro con ella abajo, entre el público. Me abraza. Sonríe extasiada y bebe otro sorbo de agua. Me pregunta si me gustó su presentación. La gente la busca para tomarse fotos con ella. Mira la hora y mueve su mano en señal de prisa.

–Me voy porque Juan Dieguito me espera en casa.

Me abraza por última vez y le pregunto qué se siente haber alcanzado el sueño de ser quien es hoy. Me mira a los ojos con su fuerza innegable y responde con una risa emocionada:

–La constancia vence lo que la dicha no alcanza.  





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***Análisis musical*** Krzysztof Penderecki es uno de los compositores vivos más reconocidos en el ámbito de la música académica del siglo XX. Nació en Polonia en 1933 en un contexto histórico de guerra y conflicto mundial que influyó de manera especial en sus composiciones y su forma de abordar la música. La Trenodia para las víctimas de Hiroshima y La Pasión según San Lucas son dos ejemplos que dan cuenta de esto; el mismo compositor se refiere a la música como una fuente de esperanza tras las tragedias sucedidas en el Siglo XX, tales como el holocausto y las Guerras Mundiales. [...]sin Bach nunca podría haber escrito mi pasión. [...] Tomé el arquetipo de la Pasión, para expresar no sólo el martirio y la muerte de Cristo, sino la crueldad de nuestra propia era, el martirio de Auschwitz. A través de la tensión y el drama de la música, quise arrastrar al público al centro de los eventos, como sucedía en el caso de los mystery plays medievales, donde nadie quedaba al margen.

Tres piezas para clarinete solo - Blas Emilio Atehortúa

Análisis para la interpretación de las Tres piezas para clarinete solo Las Tres piezas para clarinete solo Op.165 No. 1 de Blas E. Atehortúa están estructuradas sobre la base de tres formas musicales barrocas desarrolladas con un lenguaje que se nutre de las técnicas compositivas y la estética característica tanto de la música tradicional, como de la contemporánea. Esta especie de sincretismo entre los procedimientos más tradicionales frente a las innovaciones técnicas y compositivas del siglo XX dan como resultado una estética musical nueva, definitivamente contemporánea, con una gran riqueza de elementos musicales pertenecientes a diferentes épocas, pero que se unen para presentar un resultado único y actual. La obra del maestro Blas Atehortúa nos recuerda que a partir de lo tradicional es posible innovar, renovar, actualizar. Es decir, que los modelos clásicos no se agotan, que hay infinitas posibilidades de reinventa

Son treinta ¡Salud!

Los treinta son esa edad en la que una supone que tendrá la vida prácticamente hecha. Así nos lo han hecho creer las tías y abuelas de una generación como la mía que creció con sus lecciones, trazándose metas que eran las de ellas mismas y no las nuestras, pero que debíamos cumplir para “ser alguien en la vida”: estar casada, tener el trabajo de los sueños, el cuerpo perfecto, haber viajado alrededor del mundo, ser mamá o tener una casa propia.  A eso le llaman éxito la mayoría de familias colombianas y quien no conquista esa cima no es otra cosa que un fracasado. Al acercarse la fecha en la que me subiría al tercer piso, no fue extraño tener insomnio, hacerme preguntas existenciales y caer en el juego de comparar expectativas versus realidad. ¿El resultado? No había nada chequeado en la lista. Una de las primeras canciones que me aprendí de pequeña fue Pies descalzos de Shakira. Repetía como mantra cada una de las estrofas y, en particular, se me quedó grabada esta frase en la memor